Me mudé de ciudad hacia un año, aún pueblo en las afueras de Tarragona.
Al empezar el instituto, era el tercer año que empezaba curso y clases todo en uno, odiaba ser la nueva y el centro de atención. Miradas, cuchicheos; gente riéndose. Me costaba un mundo relacionarme con la gente, por lo que dirían y pensaban. Yo no era la típica chica popular que salían en las pelis, que tienen seis amigas en un momento, no, yo no era así. Era una chica normal delgada, de 16 años; pelo largo pasado los hombros, castaño oscuro, rizado, lo que odiaba más tenerlo rizado siempre soñaba con tenerlo liso.
Con el paso del tiempo todo iba sobre la marcha, se me estaba pasando los meses como si no hubiese luna de Enero. Fuí haciendo amigos en clase era lo único que se me daba bien o por lo menos eso creía, hasta que un día conocí a una chica super maja, su nombre es Selene era más pequeña, yo le llevaba tres años por delante, pero eso no importó conocerla. Era muy tímida eso sí, cuando se le acercaba un chico a hablarle, ella se callaba y se iba corriendo a esconderse detrás de un muro como si jugará al escondite, otras veces como tantas se metía dentro de un grupo de chicas de su clase y se ponía a hablar de lo que fuese, solo lo hacía para despistar a los chicos.
Una mañana como una cualquiera me fijé en un chico de mi clase era guapo, sentí algo o según me pareció, pero no podía ser era mi amigo, mi compañero de clase. Su nombre es Jonathan, 16 años, delgado con algo de músculos en las piernas y brazos, su mayor hobbie el fútbol, pelo corto moreno tirando a castaño, ojos marrones, piel morena del sol, ya que jugaba sin camiseta.
Se me iban los ojos cuando iba así en las horas del recreo, no podía contenerme y mirar hacia otro lado del campo, donde pasaba la pelota a su compañero de equipo. Jonathan siempre llevaba esa chaqueta a cuadros negra y blanca, y esos pantalones tejanos negros que le hacía juego más sus bambas deportivas.
Había que decir que elegía, muy bien a los chicos, nunca se me daba mal.
Un buen Lunes de buena mañana teníamos clase de Historia con la profesora Rosa Maria, nos ponía hacer esquemas bien resumidos para que lo entendieramos mejor, en la pizarra, nosotros copiabamos medios dormidos, hasta que borro la pizarra y todos a la vez gritemos que no borrará, dejó un trozo sin borrar, pero ya nada servía. Cuando acabo la clase todos se levantaron a estirarse y hablar, mientras que yo gire hacia mi derecha y le vi, guardando el libro de Historia en su mochila, se me aceleró el corazón. Quería pedirle los apuntes, que borro la profesora, pero me daba vergüenza se me callo el bolígrafo azul, y el ni se inmutó. Al fin me armé de valor y le pedí los apuntes de Historia temblando y nerviosa que estuve mirándole, él sin más me paso su libreta azul oscuro, le di las gracias. Su letra no estaba mal se entendía perfectamente, en cambio la mía era rara y a la gente le gustaba, no es que escribiera mal, pero con el paso del tiempo iba mejorando aún más, y eso me gustaba.
Al devolverle la libreta, estuvimos hablando y riéndonos sin parar, esperando la siguiente clase, Ciencias Naturales. No se me daba mal, era una asignatura que se aprendía bastante dentro de un futuro.
No me gustaba que me mirarán mientras hablaba con Jonathan, aunque ya me sentía observada por los demás. Iban a pensar que me gustaba, y eso no era cierto lo negaba, no quería que se enterase medio instituto, y más si lo conocía de hace cinco meses y medio.
Coral y Anna eran unas buenas chicas de clase, aunque siempre estaban ahí en menos que te lo esperabas, a veces eran unas inoportunas estropeaban el momento que vivía, y ellas llegaban con su sonrisa y esa mirada diciendo, a ver Leire ¿que estabas mirando? ¿y dónde? Algún chico.